sábado, 28 de abril de 2012

La brisa del tiempo


                                                              1923    
           
            Solo quería recordar su sabor. Hacía cuatro meses de aquel beso y su cara se había esfumado de sus recuerdos como la brisa del sur que lo trajo y se lo llevó. Aquel beso sabía a deseo, lleno de anhelos y promesas de amor eterno.
Una mirada de él y Antonia se había estremecido, con la segunda sintió palpitar todo su ser y la tercera, sumada a la engañosa serpiente de las palabras la llevó a dejarse poseer por un desconocido. Nunca más lo volvió a ver. Le dejó la sensación amarga de una historia probablemente falsa, el oído regado de promesas incumplidas y un ser en su interior.
Cuando descubrió que estaba encinta creyó volverse loca, apenas había cumplido los dieciséis años y ni siquiera sabía si el nombre del padre era real o también en eso la había engañado. No se atrevía a decirle a su madre lo que había pasado, a sabiendas de que en cuanto se lo contara a su padre éste la mataría. "En un pueblo pequeño se puede perder cualquier cosa, excepto el honor", le había oído decir una y otra vez.
Antonia recordaba bien lo que le había pasado a Dolores, la hija del panadero. En cuanto parió al hijo bastardo, su padre le cedió ambos a Dios. Ella, tras varias palizas se prestó a encomendarse al encierro de Las Carmelitas, pasando el resto de su vida entre plegarias para lograr el perdón del Divino. El niño, murió al nacer, según dijo su padre; todos en el pueblo sabían que era mentira pero nadie se atrevió jamás a susurrarle al panadero la pregunta. El honor de su familia aunque mellado, había vuelto a su sitio. Antonia temblaba al pensar en que la pobre Dolores era cinco años mayor que ella y el padre, cuyo nombre todos sabían pero ninguno conocía, era del pueblo.
Los tres primeros meses, mientras la criatura se asentaba en su vientre sin que se le notase en la figura, pasaba noche tras noche pensando que hacer. Ir a la curandera, deshacerse de él... . No, Dios se lo había puesto ahí y ahí se quedaría, ya ajustaría cuentas con él por su pecado en el infierno cuando le llegara la hora.
El cuarto mes su tripa empezó a traicionarla y tenía que ponerse ropas amplias para pasar desapercibida, seguía trabajando la tierra y ayudando a su padre a recoger el pescado pero cada vez se sentía más agotada, y el tiempo pasaba.
Fue bajo el duro sol de agosto cuando se desmayó, por el exceso de ropa, de trabajo, de ansiedad. Su madre la desnudó para ponerle paños fríos cuando descubrió la barriga. No dijo nada cuando Antonia despertó y se echó a llorar; ni al día siguiente, ni al otro. La trataba como si no hubiera pasado nada cuando estaba su padre delante o alguno de sus hermanos, pero a solas bastaba su mirada para comprender que estaba tan perdida como ella.
Durante la noche, en el séptimo mes su madre se acercó a ella mientras tejía, los hombres ya estaban en la cama. Se arrodilló a sus pies y se echó a llorar. Antonia se unió a ella en lágrimas de silencio.
_Antonia... _ le susurró entre sollozos _ Antonia, tienes que irte.
 Sacó del bolso de su bata un pañuelo que cubría algo y se lo tendió. Antonia se quedó pálida el revelar el interior. Miró a su madre desconcertada.
_Son cuatro perronas, pero te ayudarán a sobrevivir hasta que tengas a la criatura.
_Madre... _ se le atragantaron las palabras.
_Solo una madre puede entender que quieras tenerlo aún condenando tu vida. Coge ese dinero y vete, no te despidas de nadie. Mañana por la mañana sale un autobús para Oviedo a primera hora, cógelo y no mires atrás.
Su madre se levantó, le acarició la barriga y la besó.  Antonia besó su mano una y otra vez "madre, perdóname, perdóname". Antes de salir por la puerta su madre se giró y le pidió la última cosa que le pediría en su vida.
_Llámalo Roberto, como su abuelo. Nunca lo conoceré, pero así podré rezar por él sabiendo su nombre.
Antonia consumida en lágrimas asintió.
No pudo dormir las pocas horas que quedaban hasta la partida, le aterraba la idea de quedarse dormida. Decidió escribir una carta de despedida para su padre, sus hermanos y sobre todo, su madre. Pensó y escribió disculpas, anhelos y esperanzas, pero cuando la terminó y la dejó encima de la mesa de la cocina se arrepintió al momento. La carta que les mandaría llevaría una foto dentro, la foto de la razón por la que se fue. Guardó las hojas emborronadas y se preparó para partir.
Se cubrió la cabeza con un pañuelo, ocultando su hermosa melena almibarada y no levantó la vista del suelo en el trayecto de su casa al autobús, recorriendo de memoria las calles que juraba nunca iba a olvidar. Aunque el sol apenas comenzaba a preparar su viaje diario los pescadores ya estaban metidos en faena. Ninguno la reconoció cuando pasó por el puerto.
Esperó oculta bajo la sombra de los árboles hasta que el autobús se dispuso a partir. El conductor tan solo le dio los buenos días y le cogió el billete. El autobús tenía capacidad para diez pasajeros, pero solo iba ella a bordo por lo que se sentó en la parte de atrás, prefería que el conductor se acordara de su cara lo menos posible. Cuando el autobús se puso en marcha Roberto dio una patada en su interior, como si diera a entender que sabía  que éste viaje era el comienzo de una nueva vida para ambos. Miró Luarca por última vez en su vida y todos los recuerdos de su corta vida se agolparon como un trueno en su cabeza mientras metro a metro, kilómetro a kilómetro se alejaba de todo y todos los que había conocido.

                                                          1945
           
Roberto acariciaba su cabello como si fuera el animal más frágil que existiera. Contemplaba a Mercedes, dormida en su regazo, respirando pausadamente mientras el bebé de su interior oscilaba arriba y abajo. Su rostro estaba tranquilo y las lágrimas que habían brotado horas antes ya eran solo un recuerdo nimio.
Habían tenido suerte y los asientos de detrás del autobús estaban libres, era un trayecto largo y para Mercedes, a punto de dar a luz, cada esfuerzo era una montaña que escalar. 
Roberto no dejaba de darle vueltas, en apenas una hora estarían en Madrid, sin nadie conocido, sin apenas dinero y con toda la incertidumbre que sería posible; pero no tenía miedo, le embargaba la emoción de una vida nueva junto a Mercedes y su pequeño. "No hay problema grande, solo pobres soluciones" solía decir su madre.
No podía evitar pensar en ella al estar en el Alsa; cuando huía de Luarca hacía Oviedo, Roberto no había aguantado las ganas de ver el mundo y en un trayecto de quince horas obligó a su madre a parirlo, entre lágrimas, sola, la ayuda del Divino, además de la de algún pasajero.
Su madre, cuanto había luchado para sacarlo adelante. No le habló mucho de los primeros meses, Roberto sabía que era una herida abierta que no quería ni susurrar, mendigando leche, monedas ó cualquier cosa que les hiciera sobrevivir un día más.
"Dios aprieta, pero no ahoga" decía siempre.
Así fue, logró entrar en una de las casas mas señoriales de la vetusta Oviedo. La buena fortuna quiso que los señores tuvieran una niña de la misma edad que Roberto, por lo que la metieron como sirvienta. Podría parecer un golpe de suerte pero la verdad es que la señora no podía dar el pecho y vio en Antonia la oportunidad de encontrar un servicio útil, barato y sobre todo, reservado.
Los establecieron en un habitación apartada en una de las alas del formidable palacete señorial. Un techo, una cama, un armario y las sobras de la comida de los señores, ese era el sueldo de su madre a cambio de cuidar de la niña de los señores y tener la casa en orden, hacer la comida y la compra. Para la señora cuidar de Roberto era una necesidad menor que Antonia tenía que suplir como pudiera; su principal misión era Mercedes, el bebé de los señores. Pero no todo era malo, al contrario que su esposa el señor era un hombre bueno y generoso, le daba propinas a su madre y le cogió mucho cariño a Roberto, permitiendo incluso que compartiera el maestro particular que enseñaba a Mercedes, aún tras las protestas airadas de la señora.
Los años pasaron y aquel palacete se convirtió en todo el mundo conocido de Roberto; era lo único que necesitaba ya que en el centro de ese Universo estaba Mercedes. Desde que compartieran la leche materna, el uno lo era todo para el otro. La señora se oponía con todas sus fuerzas a que su Merceditas pasara el tiempo con alguien a quien veía como un utensilio más de la casa, pero los niños no entienden de lucha de clases. La oposición de la madre se convirtió en un juego para ellos, que encontraban siempre la treta adecuada, el momento y el lugar oportunos para pasar el tiempo juntos.
Fue en el verano del año treinta y dos cuando el destino quiso que con nueve años tuvieran que empezar al colegio, por separado. Ella a una residencia para señoritas fuera de la ciudad y él al colegio de los barrios bajos. Fue el señor de la casa el que le obligó a ir y le pagó los libros aunque su esposa repitiera una y otra vez que era "perder el tiempo y el dinero".
Los inviernos se hicieron oscuros y el manto gris perla del cielo reflejaba lo que sentían Roberto y Mercedes. Separados, incompletos, con el único deseo de que llegara el verano y volver a verse. Roberto volvía al palacete tras la escuela y ayudaba a su madre con las tareas, como le correspondía, pero el gran palacio nunca le había parecido tan vacío, tan lúgubre.
Antonia, con Merceditas fuera, tenía más tiempo para dedicarle a su hijo y no escatimó en amor y cariño, al fin podía comportarse como una madre a tiempo casi completo, cosa que Roberto agradeció, necesitaba a su madre más que nunca.
Fue en aquellos monótonos días cuando le contó la historia de su vida, como se había escapado de casa, omitiendo y falseando algún que otro detalle, como el origen de su concepción.
"Mejor un héroe muerto, que un sinvergüenza furtivo" pensó Antonia.
Le habló de sus abuelos, de sus tíos, de Luarca. Antonia se emocionaba cada vez que hablaba de sus orígenes, pero siempre con una sonrisa en la cara, "dejaría cualquier cosa por ti".
Pasaban los meses, el crudo invierno, la florida primavera y llegaba el verano y el mundo se hacía pleno de nuevo cuando Mercedes regresaba a su lado. Un pestañeo temporal que volvía a traer el invierno y la despedida. Lloraban abrazados durante horas antes de la partida y aunque Roberto le podía mandar alguna carta sabía que no tendría respuesta, la señora se encargaría de quemar toda misiva que enviara Mercedes, como tantas veces había hecho ya.
Cuatro largos años, hasta que el año treinta y seis lo cambió todo.
La guerra se mascaba en el aire y los señores trajeron a Mercedes de vuelta. Roberto nunca había sido tan feliz, la palabras "guerra y muerte" eran dos desconocidas para él, lo importante era que Mercedes estaba de regreso.
La noche que llegó, escondidos en el desván, su rincón secreto, prometieron no volver a separarse. Fue su primer beso y con él, sellaron el resto de su vida.
Pero la naturaleza humana no entiende de felicidad absoluta. En el año treinta y siete, la puerta del palacete se derrumbó y tras ella entró el caos y la desesperación. Un disparo acabó con la vida del señor de la casa, el padre que Roberto nunca tuvo. El otro, con su madre, la madre que tanto sufrió para traerlo al mundo y que no dudó ni un instante en ponerse delante de Mercedes, a la que quería como una hija, para que fuera su vida y no la suya la que terminara.
Las últimas palabras de su madre fueron para la señora de la casa.
"Prométame que lo cuidará"
Su última mirada para Roberto. Sonrió complacida al ser su hijo la última visión de éste mundo.
La guerra que nunca debería haber empezado terminó y la vida de un país comenzó de nuevo. Había que recomponer las piedras caídas y enterrar y llorar a los muertos.
 "Si algún día falto, manda mis cenizas junto a ésta carta a Luarca. Puedes leerla si quieres, pero no te olvides de meter una foto tuya antes de mandarla. " _le había dicho su madre años atrás. Así lo hizo.
Leyó la carta y por fin la herida cicatrizó. Su madre había renunciado a todo por él, y Roberto juró que jamás se rendiría, ante nada, ante nadie, por ella. Por esa promesa que se hizo a si mismo sucedieron los acontecimientos que marcaron su futuro.
La señora de la casa, sin su difunto marido, que era el equilibrio de su mal carácter se convirtió en un alma etílica, llena de resentimiento. Roberto estaba seguro de que si no le hubiera prometido a su madre que lo cuidaría, ya lo hubiera echado de casa. La fortuna de la familia había quedado muy mellada tras la guerra y la única esperanza en la vida de la viuda para volver al esplendor de antaño era su hija. Si se casaba con un señor de alta alcurnia sus problemas se acabarían y veía en Roberto a la única persona capaz de romper el hechizo. Se convirtió en su enemigo oculto tras una promesa que debía cumplir. Hizo todo lo posible por separarlos, hasta pronunciar la promesa que más tarde cumplió de echar de casa a Mercedes si seguía con él. 
Roberto y Mercedes eran uno y no se puede separar a una sola persona de si misma.
De eso habían pasado tres años y ahora, en el Alsa, rumbo a Madrid, rumbo a una nueva vida, no cabía otra cosa que la esperanza de labrarse un buen futuro, como su madre habría querido.

                                                     2012
                                                              
Los nervios lo traicionaban. Manuel, acostumbraba a ser un hombre racional y resolutivo por lo que la situación lo desbordaba. Echó un vistazo alrededor y vio a su familia, al completo, desde sus hijos, hombres hechos y derechos, acompañados de sus esposas, sus nietos y la pequeña Laura, la última de la familia que apenas había cumplido seis meses.
Quería hacer éste viaje solo o con sus hermanos, a ellos les correspondía cumplir la promesa; pero al ver medio Alsa ocupado por las personas a las que más quería, charlando, riendo, jugando, supo que era lo correcto.
 Para ellos era un viaje, para él era mucho más. Se dirigía a Luarca, la ciudad dónde nació su abuela y que su padre, muy a su pesar, nunca conoció.
Pensaba en su madre, Mercedes, la mujer más bonita de todo Madrid según decían por el barrio. Llegó a ganar varios concursos de belleza e incluso le ofrecieron un papel para una película, pero se negó. Para ella no había más mundo que Roberto y sus hijos. Todo el mundo decía lo buena pareja que hacían, siempre juntos, siempre enamorados.
Manuel recordaba como una vez, no hace mucho, fue con sus hijos a comer con ellos como hacían todos los domingos. En uno de esos momentos entre charla y charla vio a sus padres mirándose, sin decirse una palabra. Jamás había visto nada tan hermoso, llevaban más de cincuenta años casados y los ojos de ambos desprendían tanto amor que solo el beso que se dieron a continuación podía acabar con ese momento. Así había sido, durante toda su vida.
Las cosas nunca son fáciles, pero cuando hay amor todo tiene solución.
"No hay problemas grandes, solo pobres soluciones" _ solía decir su padre.
Su padre llegó a tener hasta tres empleos, pero los sacó adelante. Todos tenían zapatos para ponerse, cosa no tan normal en aquella época y todos pudieron estudiar, cosa más rara aún.
Hicieron de Madrid su hogar, pero Manuel sabía que para su padre el verdadero hogar estaba muy lejos.
Hacía un año, el día que murió, mandó llamar a sus hijos y les hizo prometer una cosa: que lo incineraran y le dieran los restos a Mercedes. No quería pasar ni un solo segundo lejos de ella, en ésta vida o en la otra. 
Fue una promesa que duró meses, Mercedes murió al poco tiempo.
Manuel sabía que aunque era muy mayor gozaba de buena salud, pero la ausencia y la pena habían apagado la llama de su vida. Su madre no esperó al último momento, cuando Roberto murió les dijo que cuando a ella le llegara su hora la incineraran y juntaran sus cenizas con las del amor de su vida. Lo que añadió a continuación sorprendió a todos, ya que ninguno de ellos había estado allí.
"Qué nuestras cenizas vuelen en la brisa de Luarca, la tierra de vuestro padre. Él jamás estuvo allí, pero sé que le gustará descansar junto a Antonia, vuestra abuela. La mujer más buena que he conocido y que no dudó en dar su vida por mí".
El autobús llegó a su destino. Manuel cogió la urna con sumo cuidado y bajó. Nada más poner un pie en el suelo de Luarca y oler la brisa supo que habían llegado a casa y que un círculo se cerraba.



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12 comentarios:

Tophes dijo...
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Tophes dijo...
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Pablo Balsera dijo...

Ese Tophes, a ver cuando quedamos y te cuento, que no sé nada de ti! Un abrazo!

Anónimo dijo...

Es bastante tristón. La verdad es que si tengo que hacer un viaje en autobús, y de larga distancia, lo que menos me apetece es leer relatos como éste...

Sin embargo escribes muy bien, y esa es la parte más difícil, pero tu ya la tienes.
¡Ánimo, y a ver si hay suerte en el concurso!

Pd. ( yo tb me presento )

Pablo Balsera dijo...

Buenas anónimo, la verdad que sí, en la época en la que está ambientado quería reflejar un poco el sentir de lo que fue, pero bueno, espero colgar algún relato más alegre (quizá con los tiempos que corren sea más apropiado). ¡Suerte en el concurso! Un saludo

Anónimo dijo...

Por cierto, ya están tardando un poco en decir el fallo del jurado ¿No?
Estamos a 21 y decían antes del 30. Capaces de dejarlo para el último día...

Pablo Balsera dijo...

Pues si que parece que lo van a dejar para el último momento, he mirado en el blog de Alsa, pero no sale nada.

Anónimo dijo...

Estamos a 28... ¡Y aún nada!

He leído algún relato más por ahí de los que se han presentado, y algunos no están nada mal. Pero no sabemos cuantos se han presentado en total. ¡Mucha suerte Pablo!

Pablo Balsera dijo...

Si dijeron antes del 30, tendrían que ponerlo hoy, pero en la página no sale nada, ni en el blog.

Anónimo dijo...

Hasta el 11 de Julio no dicen el fallo!!
Habrá que seguir esperando...

Pablo Balsera dijo...

Sí, se ha presentado mucha gente según dicen. A ver si no lo retrasan más.

Anónimo dijo...

Bueno tranquilo, eso no tiene por que ser verdad. Puede ser la excusa de que el trabajo y el tiempo se les ha echado encima, y han tenido finalmente que posponer la fecha. Lo mismo tienen solo 30 obras y se están tirando el rollo... Jeje.