sábado, 21 de mayo de 2011

Blanco / Negro

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Me divierte. Pocos placeres permanecen perennes en mi memoria como llegar tarde a mi cita con él. Me oculté tras las sombras de la esquina y oteé la Plaza Mayor en la que habíamos quedado. A pesar de que le gustaba cambiar su cascarón mortal no tardé en adivinarlo en la terraza de una distinguida cafetería, sentía debilidad por los cuerpos jóvenes y atléticos de aspecto andrógino y siempre hacía gala de su desmedida altanería con ropa hecha a medida que cubriera centímetro a centímetro la vergüenza que le infligía habitar un cuerpo tan frágil. Allí, sentado entre la muchedumbre que no percibía su presencia, parecía uno más de tantos; pero yo, sabía que no era así.
 Me acerqué con paso ligero hasta su mesa, sabía que había sentido mi presencia desde hacía rato, aún así, se hizo el sorprendido.  Me invito a sentarme frente a él con una mueca en la cara que apenas pasaría por una sonrisa. Me temía, sus ojos lo delataban.

_Llegas tarde, como siempre _, dijo en un tono afable.

_Cuando el tiempo no es un problema, llegar tarde es casi una obligación _respondí mientras me acomodaba, sorprendido de su buen humor.

Al estar frente a él caí en la cuenta. Mi aspecto. Había tomado el cuerpo de un vagabundo entrado en años y kilos, lo que sumado al hedor y la total dejadez que desprendía… que curiosa estampa debíamos formar, éramos el blanco y el negro, mezcla de sabores carnales, unidos por el amor y sobre todo el odio, cazador unas veces, presa tantas otras, que deliciosa ironía de ésta vida que tú, el ser que más odio, me diste.

_Me has hecho llamar… _dije intentando acabar con el silencio que tanto le gustaba.

_No te hagas el sorprendido, sabes que se acerca la fecha. Ya no hay necesidad de que sigas aquí.

_¿Me estás pidiendo que vuelva? _,dije poniendo voz infantil y ladeando la cabeza, _¿Ya me has perdonado?_.

Su rostro pasó de río en calma a mar embravecido, por un momento creí haberlo conseguido. Se pasó la mano por la tupida melena pelirroja y sonrió, recobrando la compostura, una lástima. Estaba claro que no iba a ser tan fácil.

_ Está en su naturaleza destruirse unos a otros _prosiguió _de nada vale que tú estés aquí, vuelve a casa.

Apreté las puños con fuerza por debajo de la mesa. Esta iba a ser una difícil batalla de ajedrez, los dos nos conocíamos demasiado bien.

_Y pensar que todo lo hice por ti… _dije mirándole fijamente a los ojos _ para mostrar tu grandeza, tu… compasión.

_¡¡¡Te dejaste matar por ellos!!!

Tocado y hundido, sabía que aguantaría cualquier cosa, salvo su propia culpa. El día soleado tornó en aguacero torrencial. La gente, sorprendida por la repentina tormenta veraniega corrió a resguardarse bajo los techos. Nos quedamos solos en medio de la plaza, bajo la lluvia.

_¡Te humillaron!, y con ello me humillaron a mí _ recalcó.

_Y eso es algo que no puedes soportar, ¿Verdad? 

Miré al cielo y las nubes se disiparon como un mal sueño. El sol, su obra más preciada volvió a renacer secando mi alma que no podía dejar de reír. La gente susurraba sobre el tiempo y su volubilidad, mientras volvía a tomar las calles, ajena a nosotros, ajena a todo.

_Sabes que podría acabar con todo, ahora mismo _dijo sin inmutarse.

_ Sí, pero no lo harás. Porque son tu creación y eres demasiado orgulloso para reconocer que te equivocaste. No, no lo harás.

Por un momento creí que había ganado la partida. Me relajé disfrutando del gozo de la victoria y aparté la mirada de él, dando por concluida la conversación. Me quedé observando la multitud, la paloma que tiraba al aire con el pico un trozo de pan, la moto que bramaba aire impío, a Luis. Era un niño de nueve años que llamó mi atención, sonreía mientras los rizos de su pelo se movían al compás de sus pies tras una pelota. Sus ojos verdes irradiaban fragilidad, ternura, la dulce incertidumbre que solo da una vida que comienza. Era tan…perfecto.

Me había enamorado de ellos en el mismo momento que puse mis pies en éste mundo. Me habían cautivado sus imperfecciones, sus ganas de vivir, el deseo de aprender, su miedo, su libertad. Me dejaría matar mil veces solo por el placer de compartir su aliento. Pero eso es algo que él, jamás entendería.

Volví a mirarlo con desgana. Estaba inerte, deseando salir de ese cuerpo. Se mordió el labio inferior e hizo algo que me sorprendió por primera vez en siglos.

_Vuelve conmigo _suplicó.

Me cogió tan desprevenido que por un momento no supe que decir. No estaba acostumbrado a ver la angustia en sus ojos, cualesquiera que fueran. Había conseguido irritarme. Por un momento me hizo dudar. ¿Tan mal estaba? No era la primera vez que me engañaba.

_Volveré. Cuando esté preparado para ello _me incliné hacia delante y acerqué mi cara a la suya _ me abandonaste, me echaste de tu lado y creo que jamás te perdonaré por ello. Quizá algún día, quizá no. Mientras tanto, me quedaré por aquí. Ya sabes donde y cómo encontrarme.

Me levanté y le di la espalda.

_Adiós…padre.

Empecé a caminar fuera de la plaza. Mis piernas flaqueaban por culpa del sobrepeso y la incipiente cojera. Empecé a pensar en que debería cambiar de cuerpo y por una breve fracción de segundo caí en la ensoñación de a donde podría encaminarme, que rumbo seguir intentando evitar la tentación de mirar hacia atrás, pero no pude contenerme. Ya no estaba, su silla estaba vacía y no había rastro de él. Seguí camino y sonreí. Esta vez le había ganado.

La gente se arremolinaba sobre él. A unos metros una anciana no podía dejar de gritar, mientras un hombre todavía tembloroso intentaba darle unas palabras de ánimo. El día se tiñó de rojo y en las mentes de la gente se quedaría grabada para siempre la escena que habían visto. No podrían dejar de ver en sus pesadillas el coche sin frenos que se acercaba hacia él por el medio de la plaza como una flecha invisible. No podrían espantar de sus oídos el golpe que acabó con su vida. En sus retinas quedaría siempre la pelota. Tenías que dejar la pelota intacta al lado de su cuerpo inerte. Te odio. Hoy, como tantas otras veces, habías vuelto a ganar.

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